LA PAZ Y LA ECONOMÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS

Roma, 13 de octubre de 2025 (Discurso de Gianni Lattanzio)

Hablar de paz y de la economía de los derechos humanos significa volver a la esencia del humanismo, donde la economía está llamada no solo a producir riqueza, sino a generar justicia, igualdad de oportunidades y dignidad para cada ser humano.

Vivimos en una época de extraordinaria contradicción: la riqueza mundial sigue aumentando, pero la desigualdad crece con ella. Según datos actualizados del Banco Mundial (2025), más del 10 % de la población mundial aún vive en la pobreza extrema, con menos de 3 dólares al día, a pesar de que los ingresos globales promedio han aumentado desde 2020.

Una paradoja que Francesco Vigliarolo describe con lucidez, enfatizando que hoy en día el 95% de la riqueza financiera mundial no tiene conexión con bienes o servicios reales: es riqueza abstracta, desconectada de la vida de las personas.
Esto es como si la economía, en lugar de ser un instrumento de libertad, se hubiera convertido, en efecto, en un sistema cerrado y autorreferencial, traicionando a menudo su propósito original: servir a la humanidad y a la comunidad.

Pero no se trata solo de un problema económico. Es, ante todo, una cuestión ética y jurídica. El artículo 1 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales proclama que «todos los pueblos tienen derecho a la libre determinación y a perseguir libremente su desarrollo económico y social». Hoy en día, este derecho se ve amenazado por dinámicas globales que privan a las personas del control sobre los recursos, el medio ambiente y la justicia distributiva. Estamos lejos de la idea de una economía al servicio del bien común trazada en la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II o de las mismas visiones sociales seculares que, desde Amartya Sen a Martha Nussbaum, han vinculado desarrollo y libertad como elementos inseparables de la dignidad humana.

Francesco Vigliarolo nos invita a un cambio arraigado en el concepto de socialización económica: la redistribución no basta; debemos reconstruir el sentido de comunidad de la economía. La economía debe ser "humanizada", es decir, reubicada en el marco de los derechos, la sostenibilidad y el respeto a los límites del planeta. Y aquí, amigos, entra la universidad, el lugar donde se forjan el pensamiento crítico y la conciencia social de las nuevas generaciones. Aquí podemos reconstruir el vínculo roto entre conocimiento y responsabilidad, entre teoría y compromiso cívico. Análisis de las Naciones Unidas y el Banco Mundial muestran que los países con mayores índices de igualdad en los últimos veinte años también han registrado los mayores índices de estabilidad democrática y reducción de conflictos armados. Esto demuestra que la paz no surge de tratados políticos, sino de una economía que reconoce a la persona como un fin, no como un medio. No es casualidad que donde se violan los derechos sociales —desde el derecho al trabajo hasta la salud y la educación— también aumenten la inestabilidad y la precariedad democráticas.Aristóteles, ya en su Política, distinguió la «economía», orientada al bien del hogar y la comunidad, de la «crematística», el arte de la acumulación por sí misma. Vigliarolo toma esta idea clásica y la aplica a la modernidad: hemos transformado la economía en crematística global, y el resultado es un sistema que aumenta la competencia, pero vacía de sentido la vida comunitaria.
La tarea, pues, es volver a una economía relacional, a un modelo que redescubra —como él escribe— «la ontología de los pueblos», el principio según el cual la libertad nunca es soledad, sino coexistencia, interdependencia y fraternidad económica.
Como persona involucrada en instituciones y asociaciones, considero que el derecho debe hoy recuperar su papel de garante. No basta con proclamar derechos: deben protegerse con mecanismos regulatorios que limiten la especulación, transparenten los mercados y promuevan una economía solidaria y la igualdad de acceso. El derecho internacional, desde el Pacto de 1966 hasta los más recientes Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya proporciona las herramientas normativas para integrar la economía y la justicia: lo que falta es la voluntad política y antropológica para ponerlas en práctica.

Y es aquí donde, como educadores y ciudadanos, debemos forjar una nueva alianza: entre la economía y el derecho, entre la filosofía y la sociedad civil, entre el individuo y la comunidad.
Solo una cultura de paz justa —para citar a La Pira— puede salvar nuestras democracias del riesgo de fragmentación. El filósofo John Rawls nos recuerda que la justicia es «la primera virtud de las instituciones», y sin justicia no hay paz duradera. Asimismo, el papa Francisco, en Fratelli Tutti, llama a superar «la lógica del lucro a corto plazo» y a construir una economía que proteja, no que consuma.
Queridos amigos, hoy más que nunca necesitamos un nuevo pacto educativo y social. Una economía de derechos humanos no es una utopía, sino la condición para evitar que miles de millones de personas sean marginadas. Y como docentes, estudiantes y ciudadanos, podemos ser los constructores de esta revolución pacífica: recuperando la centralidad de la persona, de la solidaridad, del bien común. Sólo así, como escribe Vigliarolo, «la economía podrá volver a ser un arte de convivencia y de esperanza».

 Roma -13-10-2025

Autor: Discorso - Gianni Lattanzio 

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